miércoles, 10 de septiembre de 2008

Los motines del 2 de mayo



LOS MOTINES POPULARES DEL 2 D E MAYO EN MADRID
(DEBATE SOBRE SUS PARÁMETROS HISTÓRICOS )

Marcelino Cardalliaguet Quirant

La conmemoración y obligado recuerdo del “Bicentenario del Dos de Mayo de 1808 en Madrid” nos ha llevado a plantear en nuestro programa de actividades de la Sección de Historia algún acto, exposición, publicación o memoria de aquellos acontecimientos que tuvieron la virtud de trastocar el decurso de la Historia de España, y de cambiar radicalmente también la de Europa; ya que sus consecuencias imprevisibles rebasaron con mucho los límites nacionales con la derrota de Napoleón Bonaparte, y se proyectaron sobre una Historia que ya comenzaba a ser Universal.
La Guerra de Independencia española - o la “Guerra Peninsular” como la llamaron ingleses y franceses - desde 1808 hasta 1814, ha merecido ya la atención de numerosos autores, propios y extraños, que la han descrito con todo lujo de detalles en su comienzo, desarrollo y finalización. Ha sido objeto, a lo largo de estos doscientos años, de incontables análisis, investigaciones documentales e interpretaciones desde todos los posibles puntos de vista; lo cual nos libera aquí de narrarla o referirnos a ella, copiando y repitiendo lo que ya se dice en libros, manuales, revistas o enciclopedias - incluidas las de “Internet” - en donde ha quedado reflejada en cada una de sus dimensiones y secuencias.
Cualquiera de nosotros conocemos ya sobradamente este pasaje tan peculiar y repetido de nuestra historia; aunque, desde niños nos dieran una versión muy manipulada y rebozada de nacionalismo folclórico y de catolicismo nacional, un tanto rancio y traspillado, aderezada con “Sitios de Zaragoza” - compuestos por músicos extremeños - o con “jotas baturras” en las que la Virgen del Pilar…”no quiere ser francesa, que quiere ser capitana de la tropa aragonesa”, y cosas por el estilo.

Así pues, el objeto de esta charla y de la Mesa Redonda, o debate conceptual que después se plantee, no es la narración de la Guerra, ni el relato de heroicidades coloreadas por el entusiasmo patrio, sino el hecho puntual del levantamiento violento del pueblo madrileño el 2 de mayo de 1808, que fue el acontecimiento que dio lugar al conflicto posterior de aquella compleja e interminable Guerra, que arrasó al país de una manera tan notable y completa, a comienzos del siglo XIX.

El “Dos de Mayo” ha sido ya tratado desde todos los ángulos posibles, y ha sido representado con toda la fuerza de su inmenso dramatismo por los buriles y los pinceles magistrales de Goya, en sus geniales cuadros y grabados. Quizá, en uno y en otro caso, se exageraron sus aspectos más sangrientos y se teatralizaron notablemente sus distintas escenas, hasta desfigurar un poco su verdadera dimensión histórica. Tengamos en cuenta que en una población de unos 170.000 habitantes, que se supone que entonces tenía Madrid, solamente participaron en los altercados callejeros unos miles - 4 ó 5.000 quizá - y que la inmensa mayoría de los madrileños permanecieron en sus casas, observando, como mucho, a través de los balcones, las terribles escenas callejeras, con la esperanza de que la Autoridad competente pusiese orden y concierto en aquella vorágine de patriotismo luctuoso.

Solamente en puntos muy concretos de la ciudad, como la Plaza de Oriente, la Puerta del Sol, la Puerta de Toledo, el acuartelamiento de Monteleón, la calle de San Bernardo, etc. - se produjeron hechos sangrientos entre las clases populares y la guarnición francesa, que ocasionaron algunas decenas de muertes en ambos bandos; aunque la propaganda posterior elevase su número para justificar acciones y reacciones desproporcionadas, que fueron, sin duda, los datos más manipulados y crueles.

El que estos altercados madrileños diesen lugar al estallido de la Guerra de Independencia solo parece deberse a la torpeza y desmesura de la represión francesa, en la propia jornada del 2 de mayo y en la madrugada del día 3, en los cerros y prados del Monte Príncipe Pío, cerca de la Moncloa, fusilando a varios cientos de gentes sencillas, ancianos, mujeres, frailes y adolescentes; que fue lo que provocó la furia y deseos de venganza de los pueblos vecinos, como el famoso “Bando” de los alcaldes ordinarios de Móstoles, animando al levantamiento, y la respuesta de todas las regiones y ciudades donde se conoció la noticia de estos fusilamientos. Curiosamente, iba a ser en Extremadura a donde llegase con mayor prontitud, ya que uno de los redactores del documento, Esteban Fernández de León, despachó al correo Pedro Serrano hacia Cáceres, desde donde llegó la proclama a toda Extremadura y a Andalucía.
Estudios serios, aunque apasionados, que se escribieron sobre el “Dos de Mayo” en Madrid son los que redactaron autores coetáneos, como don José María Queipo de Llano, Conde de Toreno, o don Antonio Alcalá Galiano, que fueron testigos de los hechos.
En nuestros días también han destacado artículos, investigaciones y libros de reconocidos historiadores, como don Miguel Artola Gallego, Ricardo García Cárcel, Manuel Moreno Alonso o Arsenio García Fuentes, para no citar más que a los ilustres profesores de nuestras Universidades que nos ofrecen la mayor confianza y respeto en su trabajo.
Pero el “Dos de Mayo” también ha dado pábulo a ciertas invenciones, elucubraciones y fantasías con tramas, intrigas y contubernios - adivinados o inventados para dar mayor misterio a los acontecimientos - como los que apunta los profesores Emilio de Diego y Fernando García de Cortázar, en los que todo el dramático y sangriento pasaje madrileño fue provocado y planificado por turbios conspiradores secretos, agentes que actuaban en nombre de Fernando VII o del gobierno inglés; que habían creado redes ocultas de agitadores y esbirros pagados, compuestas por militares, aristócratas, curas y otros fanáticos de clara procedencia masónica y liberal.
Desde otros planteamientos - también desde el centralismo patrio de los elementos más conservadores del Régimen anterior - vieron y explicaron los motines madrileños como explosiones populares de “españolismo” acendrado e indómito liberalismo en defensa de los valores de la Patria y de Dios, frente al invasor ateo, descreído y extranjero que pisoteaba los más sagrados destino de la Madre Patria.
Son los mismos planteamientos que se están exaltando ahora, en la Comunidad Autónoma de Madrid, en las actuales celebraciones del II Centenario, a través de “Tele-Madrid” y sus curiosos programas; o en calles, teatros y plazas, a base de seguir recomponiendo lo que fue la historia real de los hechos.
Aquí no nos vamos a mover en estos parámetros; aunque, quizá echemos mano de todos ellos para suscitar el debate y aclarar los puntos en sombra que aún permanecen sin aclarar, como en cualquier pasaje histórico.
En primer lugar, en nuestro análisis de este acontecimiento nos vamos a atener a las leyes y planteamientos teóricos de la propia Historia, como Ciencia y Método para el conocimiento del pasado de los grupos sociales; lo cual nos exige fijarnos en las llamadas “Leyes de Causalidad” que establecen que todo hecho histórico tiene necesariamente unas causas complejas e indeterminadas, que son las responsables de su existencia. Ningún evento del pasado se produjo aisladamente, de repente, sin vinculaciones cronológicas o estructurales con otros eventos anteriores - próximos o remotos - que le hicieran posible. Lo que podemos denominar “Fenomenología Histórica” en su conjunto, son datos, fechas, acontecimientos y personas que se relacionan siempre de causa a efecto, encadenándose a través del tiempo. La “Lógica Histórica” es la que se explica y se justifica entre causas y efectos, o consecuencias, dando unicidad y continuidad a lo ocurrido.
Hegel lo llamó “Dialéctica de la Historia”, y se resuelve estableciendo las hipótesis o búsquedas de las causas, entre las numerosas posibilidades que nos ofrecen las acciones humanas y en la determinación de sus efectos o consecuencias; que, a su vez, serán causa de nuevos eventos o tesis en los que se coordinen unas y otros.
¿ Cuáles fueron las causas y antecedentes del “Dos de Mayo en Madrid ‘?

He aquí una cuestión esencial y básica, que cada autor ha respondido con datos y soluciones muy variados.


Antecedentes del “Dos de Mayo” conocemos uno casi calcado, que nos puede dar pautas para nuestra reflexión causal: El “Motín de Esquilache” que se produjo en Madrid en marzo de 1766, contra aquel ministro siciliano de Carlos III, en que el populacho de los barrios periféricos, agobiados por la escasez de alimentos, por la carestía y los altos precios del trigo y por otros incordios sociales - cambios de costumbres higiénicas, cambios de vestuario, etc. - que ellos atribuían a que los Secretarios del rey eran extranjeros, “reformistas” y descreídos, fueron azuzados a la rebelión y al enfrentamiento violento con la Guardia de Corps del Palacio Real, amenazando con una “revolución” que hubiera sido antecesora de la francesa.
El “Motín de Esquilache” tuvo repercusiones en toda España durante el mes de abril, al conocerse los acontecimientos de Madrid. En sus reivindicaciones pesaron más los sentimientos “nacionalistas” y “conservadores” de las masas populares desinformadas y analfabetas, que querían sobre todo la destitución del ministro Leopoldo de Gregorio, que un verdadero plan de mejoras sociales o económicas que solventasen los problemas de mercado o de avituallamiento.
Tres fueron los elementos que causaron el “Motín”
1. Carestía de los alimentos y hambres en toda España a causa de la saca de los pósitos de los pueblos y de las contribuciones para la guerra contra Inglaterra, en la que España se enroló por el “Pacto de Familia” con Luis XV de Francia.

2. Intentos desde el poder de cambiar viejas costumbres y valores: Supresión de capas largas y sombreros de ala, fiestas populares en los aledaños de Madrid, prohibición de ciertas prácticas higiénicas.

3. Carácter u origen foráneo de quienes planteaban las reformas, mayoritariamente napolitanos ilustrados y “regalistas” que ya se habían enfrentado al Papado en Nápoles, sosteniendo que las “Regalías” de la Iglesia pertenecían al Rey.

Sin duda pudo haber más causas concomitantes, pero estas tres se mantuvieron en ambos episodios, aunque los personajes concretos, como es lógico, variasen.

Para soslayar aquella destartalada “revolución” Carlos III, desde Aranjuez, se sometió a las peticiones populares: despidió al marqués de Esquilache y a otros de sus colegas, suspendió los cambios en las costumbres de los madrileños - costumbres bastante antihigiénicas, por cierto - y bajó los precios del pan y las contribuciones de los pueblos para el sostenimiento de las guerras contra Inglaterra; guerras que, a la larga, fueron un desastre para España.
Inmediatamente entregó el poder y el Consejo de Estado a varios Secretarios del Real Despacho españoles, ilustrados, “afrancesados” y con un gran sentido populista, como fueron Aranda, Floridablenca, Campomanes, Jovellanos, etc. Estos atribuyeron inmediatamente el “Motín” a los jesuítas y a los sectores más conservadores y tradicionales de la vieja nobleza castellana, que veían peligrar los antiguos privilegios y los principios ideológicos y religiosos de épocas anteriores; lo que determinó, la expulsión de los primeros - que ya habían sido expulsados de Portugal y Francia - y el “destierro” de la Corte de los segundos, que marcharon a sus enormes posesiones señoriales y se ruralizaron.
Aquel pasaje histórico podemos decir que “se cerró en falso”; las condiciones sociales, económicas y culturales del pueblo no cambiaron en nada, y unos años más tarde, ya con Carlos IV en el Trono y con el poder en manos de Godoy, se volvieron a repetir los parámetros o condiciones para que se reavivase el malestar popular.

España se comprometió de nuevo en un “Pacto de Familia” con Napoleón Bonaparte - ironías de la Historia: Napoleón había cooperado a que los primos de Carlos IV, los Borbones franceses, fueran guillotinados en París - por lo que Godoy también había ordenado sacar todo el trigo de los silos o pósitos de los pueblos para proveer a la flota; había cargado con nuevos impuestos a las gentes para levar ejércitos; nuevamente el hambre y la carestía azotaban a las gentes más humildes, mientras en Trafalgar se hundía todo el poder español y se derrochaban los últimos recursos de España como potencia europea y americana.
Otras medidas económicas para sostener la guerra contra Inglaterra habían arruinado el Erario Público,, y Francisco Cabarrús se inventó el primer “papel moneda” en España: los “Vales Reales”, para sustituir al dinero metálico y para absorber la enorme Deuda Pública que anulaba totalmente los presupuestos del Reino. ¡Una ruina para todos!
Ya había en el país cierto resquemor y desconfianza - especialmente en los sectores religiosos y tradicionales - de que los “afrancesados” estaban introduciendo cambios de costumbres, de ideas, de creencias y comportamientos que afectaban a la entraña misma del catolicismo fanático que la Inquisición y los obispos habían implantado en España. La Inquisición promovió procesos contra los principales “afrancesados”: Pablo de Olavide, Agustín de Macanaz, Francisco Cabarrús, etc. y en la Iglesia se hicieron depuraciones muy contundentes, de las que nos habla José María Blanco White en sus “Cartas desde España”.

Pronto, a este estado de malestar se sumaron las noticias de los Pactos de Fonteneblau y de San Ildefonso, que eran lo mismo que entregar el gobierno de España a las fuerzas extranjeras napoleónicas, lo que provocó el llamado “Motín de Aranjuez” de marzo de 1808. Como el de Esquilache, este Motín también lo hicieron los sectores más bajos y populares de aquella ciudad madrileña, a la que solían retirarse a descansar los reyes, contra una persona concreta: Manuel Godoy, convertida en “cabeza de turco” de todos los males que afectaban a la gente desinformada y analfabeta; como en la anterior ocasión lo había sido Leopoldo de Gregorio.
En Aranjuez parece probado que sí intervinieron activamente los curas, desde los púlpitos, y la “camarilla del Principe”; es decir los aristócratas cortesanos contrarios a cualquier cambio en los modos y privilegios del pasado; que veían amenazados por las reformas que quería imponer “El Choricero” de Badajoz, amparándose en los pactos suscritos con Napoleón.
Carlos IV quiso salvar La Corona abdicando en su hijo Fernando, y amparándose en el Emperador francés, bajo cuya protección se colocó, marchando a Bayona. El Príncipe Fernando también firmó con Bonaparte un acuerdo por el que recibiría un castillo en Valençey y un millón al año, abdicando, a su vez, la Corona española en el Emperador; quien la cedió a su hermano José que era rey de Nápoles y pasaría a serlo de España.


Solamente Godoy perdió lo que tenía y lo que esperaba, quedando en la más absoluta ruina, que es como murió años después, en 1851.
El Dos de Mayo

El “Dos de Mayo” de Madrid fue realmente el mismo “Motín de Aranjuez” dos meses más tarde; pero sin contar ya en el escenario ni con los reyes, ni con el Príncipe, ni con Godoy; aunque el resto de las fuerzas actuantes si que permanecieron vigentes en el escenario más grande de la Capital del reino; que entonces debía tener más o menos, unos 170.000 habitantes, según cálculos muy aleatorios.

Ni un solo cambio estructural, social o económico se había producido a lo largo de estos cuarenta y un años que separan el “Motín de Esquilache” del de Aranjuez-Madrid; con lo que podemos colegir que las mismas causas determinantes e indirectas que provocaron aquel episodio en tiempos de Carlos III, fueron las que volvieron a soliviantar al pueblo contra reformas y novedades a comienzos del siglo XIX; puesto que habían permanecido latentes durante casi medio siglo. Las causas desencadenantes y más directas del evento fueron las que la historia tradicional suele conceder mayor relieve: el traslado de la familia real a Bayona y, en concreto, la salida del Palacio Real del Infante don Francisco de Paula, el hijo más pequeño de Carlos IV.
Los autores actuales han aportado quizá nuevos enfoques y planteamientos que, - a nuestro modo de ver, - responden mejor a la realidad concreta de aquel pasaje. Los más feroces amotinados, los que acuchillaban franceses en la Puerta del Sol, en la Puerta de Toledo, en la calle de San Bernardo o en la Plaza de Oriente; enfrentándose con cabriteras, hoces y garrotes a la Guardia de Mamelucos y a los Granaderos enviados por Murat para repeler a los madrileños, que trataban de impedir que se llevasen al Infante, fueron minorías de los barrios marginales, azuzados por el hambre y la carestía, que intentaron provocar un “río revuelto” en el centro de la ciudad para saquear, alterar el orden y tratar de mejorar sus condiciones de vida.
Quizá también hubiera algunos “patriotas” partidarios de los Borbones, que pretendieran defender la Independencia de la Patria. Pero debieron ser muy pocos. En trabajos publicados recientemente, se dan hasta los nombres de los que murieron en las refriegas callejeras; y solo aparecen dos curas, cinco o seis hidalgos de clase media y los militares que, en el Cuartel de Artilleros de Monteleón, secundaron las acciones de Luís Daoíz y Pedro Velarde, sacando los cañones a la calle y disparando contra los franceses.
Los demás, la inmensa mayoría, eran desdichados sin oficio conocido o menestrales de los empleos más humildes y marginales; mujeres, igualmente de extracción humilde, trajineros, ganapanes, esquiladores, cuchilleros y otras gentes que habitualmente residían en los barrios suburbiales del pequeño Madrid “de los Austrias”.
Lo más grave de este pasaje histórico fue, sin duda, la torpeza de Joaquim Murat, cuñado y lugarteniente de Napoleón, y la absurda reacción de los franceses, tanto durante el Motín del 2 de Mayo, como en la madrugada del 3, en la montaña del Príncipe Pío, fusilando sin orden ni concierto, sin razón ni reflexión, a unos cientos de pobres desgraciados que, seguramente, fueron los que menos culpa tuvieron en las reyertas.
Joaquim Murat fue torpe y burdo al ordenar a la Guardia de Granaderos que atacase a la multitud en la Plaza de Oriente; lo mismo que otro de sus oficiales debió ordenar la carga de los Mamelucos en la Puerta del Sol. Hasta ese momento, el pueblo no había mostrado señales de querer matar o asesinar a nadie: solo mostrar su oposición a que el Infante don Francisco saliese de Madrid.
En el momento en que se derramó sangre española por parte de los franceses, las furias se desataron y corrieron por todo Madrid como un reguero de fuego y odio ya incontenible. De no haberse producido esta reacción francesa, y se hubiese devuelto a los miembros de la Familia Real al Palacio, quizá todo hubiese quedado en una manifestación popular, más o menos ruidosa, pero sin consecuencias; como ocurrió con Esquilache cuarenta años antes. Aunque en 1808 habría que haber reconocido a un nuevo rey, José I, que ya los Consejos y jerarquías del Reino habían aceptado y más de media España tenía por bueno.
Las autoridades de Madrid ni se movieron. Asumieron el cambio de dinastía. ^Pues los Borbones también eran franceses y habían invadido España cien años antes. Por contraste, los Bonaparte aparecían triunfantes en toda Europa y los Borbones habían perdido todos sus estados y reinos a lo largo y ancho del continente..
Los estamentos superiores y los obispos también aceptaron la nueva situación y no participaron en la revuelta. Las clases medias de profesionales, empleados y comerciantes preferían la paz y no meterse en nuevos conflictos ruinosos para la economía, por eso fueron tan pocos los que se enrolaron en los motines y asonadas. Solamente las clases bajas y populares se lanzaron a la vorágine combativa, equivocándose de objetivo y de enemigo. Pero cuando sonaron las primeras descargas de fusileros y Granaderos en la Plaza de Oriente y cayeron los primeros muertos españoles, la cosa cambió radicalmente y el grito de guerra patriótica invadió todos los rincones de la Capital.
Aún así; si después de los motines se hubiese dejado a las familias madrileñas enterrar a sus muertos en paz, y se hubiese procurado aplacar con promesas y muestras de comprensión a las masas soliviantadas, el “Motín de Madrid” hubiera terminado sin graves consecuencias para el resto del país; pero los fusilamientos de La Moncloa, sin justificación ni explicación, que fueron asesinatos gratuitos de las tropas francesas, contra gentes inermes, encendieron aún más los ánimos, y ya fue toda España, o, al menos, una notable mayoría de su población, la que se enfureció contra tamaña torpeza y arbitrariedad.

Las jornadas del 2 y del 3 de Mayo fueron decisivas, pero no determinantes. Aún, en los meses siguientes, se abrieron cauces de diálogo, de entendimiento entre franceses y españoles para evitar una larga guerra que iba a desangrar a ambos países. José I lo vio con claridad y convocó en Bayonne a cuantos quisiesen participar en la ordenación de una España nueva, liberal, progresista y parcialmente revolucionaria. Convocatoria a la que respondieron las mentes más preclaras que entonces tenía el país; entre todos redactaron una Constitución promulgada el 6 de junio de 1808 en Bayonne, que fue la primera que tuvo España, inspirada en la que Napoleón había dado a la Francia Imperial; con escasas libertades y derechos, pero que eran desconocidos totalmente aún para los súbditos españoles.
No es objeto de nuestra conmemoración, ni la Constitución de Bayona - que ha analizado magistralmente Miguel Artola en su trabajo sobre “Los Afrancesados” - ni el desarrollo de la Guerra llamada de La Independencia, por la historiografía tradicional, o “Peninsular” por los historiadores foráneos. No obstante, debo insistir en que la España Constitucional y liberal fracasó por la tozudez y estulticia de los sectores reaccionarios y tradicionales de la Nación. Y la Guerra fracasó también por la estulticia y tozudez del propio Napoleón, y de sus consejeros - no del rey José, que en esto contradecía a su hermano - que no supieron aprovechar la ocasión que les brindaba las “Abdicaciones de Bayona” para tender puentes y vías de entendimiento con la mayoría de los sectores sociales y económicos españoles, que hubieran aceptado amplias y ventajosas condiciones de paz.
No olvidemos que en las Juntas Supremas de Defensa que surgieron en todas las Provincias españolas y en las de Ultramar se integraron desde el principio los elementos más liberales, ilustrados, progresistas y deseosos de cambio en el régimen monárquico.


Si entre mayo y julio de 1808, el rey José I hubiera reconocido la autoridad de esas Juntas Supremas de Defensa como gobiernos provinciales, para sustituir a los Corregidores, Intendentes y demás autoridades borbónicas, y hubiera ordenado retirar los cuerpos del ejercito francés que ocupaban ya la mayoría de la Península Ibérica, el conflicto quizá no se hubiera producido. Pero, cuando el 19 de julio, el triunfante ejercito del mariscal Dupont, después de saquear Córdoba, fue aplastado en Bailén por la impericia y la avaricia de sus mandos, la Guerra se hizo ya irreversible, entrando en una fase mucho más compleja y prolongada que ya no nos corresponde analizar aquí; ya que a lo largo de estos próximos años iniciales del siglo XXI, iremos conmemorando los distintos pasajes y eventos que se produjeron en su trascurso.
He planteado el tema del “Dos de Mayo” desde un enfoque que quizá sorprenda a la mayoría de los aquí presentes. Es un enfoque o punto de vista que parte de considerar que la Historia se desarrolla siempre en una dialéctica de “error-experiencia-progreso”, como lo plantea Toynbee en su acertada teoría del “Reto – Respuesta”; por la cual la sociedad humana ha ido cometiendo equivocaciones a lo largo de los siglos, y de estas equivocaciones y errores ha obtenido experiencia y la sabiduría para avanzar hacia el bienestar y el progreso. Lo malo ha sido cuando ciertos grupos humanos, pueblos o naciones diversas no han sabido asimilar estas experiencias y han seguido cayendo en los mismos desaciertos, en los mismos errores en los que tanteas veces incurrieron en el pasado, sin aprender lo que la Historia les quería enseñar.

Con razón se suele repetir el conocido axioma popular de que “ el hombre es el único animal que tropieza muchas veces en la misma piedra”; especialmente, a lo largo de la Historia.

martes, 9 de septiembre de 2008

1848: La Primavera de los Pueblos


La Revolución de 1848: la Primavera de los Pueblos y el Manifiesto Comunista

Víctor Manuel Casco Ruiz


Entre 1789 y 1848 se suceden en Europa una oleada de Revoluciones que pondrán fin a la vieja sociedad feudal, al Antiguo Régimen, e instaurará nuevas pautas políticas de las que somos herederos. Entre 1830 y 1848 se perfilarán, además, dos modelos políticos aún hoy vigentes y que con posterioridad entrarán en colisión: el liberalismo, el modelo político de la clase que se ha hecho con el poder frente a los antiguos aristócratas, y el socialismo de las clases trabajadoras. Esa propia noción: “clase” y “clase trabajadora” o “proletariado” es toda una Revolución en sí misma.

Podemos hablar entonces de una verdadera ERA DE LAS REVOLUCIONES, entre otras:
  • La Norteamericana de 1775, que enfrentó a las Trece Colonias contra su metrópolis, el Reino de las Gran Bretaña de Jorge III.
  • La Revolución Industrial, nacida en Inglaterra y que conducirá a las sociedades a cambios vertiginosos.
  • La gran Revolución Política, la Francesa, que se inicia en 1789.

  • El inicio de la independencia de las Colonias españolas en América Latina.
  • La oleada de revoluciones en 1830 contra la vuelta a las monarquías absolutas.
  • La más europea de todas, la Revolución de 1848 contra los vencedores de 1830.
    Y ya con posterioridad, la Comuna de París en 1871 o nuestro Sexenio Revolucionario entre 1868 y 1874.

¿Cómo es ese mundo en constante cambio que se inicia en el 31 de diciembre de 1800?

Desde luego más pequeño y más grande que el nuestro: aún existían en el globo tierras por descubrir, aunque ya los océanos habían sido explorados en profundidad merced a navegantes como James Cook. También era más pequeño en el número de la población: se calcula que una fracción de la actual, 187 millones de habitantes en Europa, frente a los más de 600 millones actuales. Y según parece, también éramos más bajos y más delgados, cotejando los informes de los reclutas, de los soldados, en todos los países.

Y más grande: había más tierra para una menor población, pero también se enfrentaba el hombre a distancias difíciles de comprender en la actualidad merced a las comunicaciones y el transporte. ¿Cómo podía mirar un extremeño de 1800 a Madrid, a varios días, con necesidad de pernoctar en fondas y con caminos mal trazados? Los campesinos de entonces, que aún representaban en 1800 la población mayoritaria, apenas sí se moverían de su tierra en un radio de 50-100 km.

Pero veamos un ejemplo concreto: sabemos que Goethe empleó cuatro días en ir navegando de Nápoles a Sicilia, y tres en la vuelta.

Hemos dicho ya que el mundo de 1800 aún es un mundo rural. Pero el mundo de 1848 ha empezado a dejar de serlo: cada vez más industrializado y urbano.

Cierto que la población rural seguirá siendo mayoritaria en la Europa continental durante buena parte del siglo XIX, de hecho solo será en Inglaterra en 1851 cuando la población urbana supere a la rural.

Pero claro: el propio concepto de “urbano” merece una aclaración ya que a finales del siglo XVIII Londres contaba con 1 millón de habitantes. París con medio millón. El mundo urbano es el de las ciudades provincianas, esas donde en cinco minutos hemos recorrido desde el centro – la iglesia – hasta el límite con el campo.

Triunfará al final la industria sobre el campo porque el siglo XIX anota un hecho: que el mundo de la agricultura es perezoso, con la excepción de algunas regiones avanzadas principalmente en Inglaterra y que por el contrario, el mundo del comercio y las manufacturas está en pleno auge. El rápido crecimiento de las comunicaciones marítimas, especialmente con las colonias vigentes o las antiguas colonias, incrementará considerablemente ese comercio y esas manufacturas.

Entre 1789 y 1848 aparecerán, además, nuevas palabras y conceptos hoy firmemente asentados y que nos hablan ya de esa nueva etapa histórica: la época contemporánea: fábrica, clase trabajadora, ferrocarril, liberalismo, socialismo, nacionalismo, huelga, panfleto, barricada, opinión pública…

En los países crecen rápidamente nuevas categorías de ciudadanos: industriales y financieros, armadores en los espléndidos puertos de Burdeos, Bristol o Liverpool, los nabab o indianos, inmensamente ricos, como jamás pudieron soñar, que regresan de las colonias… Son los nuevos triunfadores sociales. Y junto a ellos, artesanos, abogados, tenderos, administradores, oficinistas…

En este mundo que apuesta por lo urbano y por el desarrollo tecnológico aplicado a la economía, la ciencia también experimenta un auge, especialmente la química, tan ligada a la práctica de los talleres y a las necesidades de la industria. James Watt introducirá la máquina de vapor, Priestley triunfará en química, el impresor Baskerville se hace de oro…

Políticamente, y con la excepción de Gran Bretaña, las monarquías absolutas pugnan contra la expansión de la Revolución Francesa. La derrota de Napoleón les permitirá retornar con fuerza entre 1815 y 1830 de la mano del Congreso de Viena, pero son ya, entonces, una vía en extinción. 1830 supondrá la caída del “meteorito” destructor de toda monarquía absolutista.

Entre 1830 y 1848 habrá que empezar a anotar el triunfo de la industria y el comercio sobre el campo. Y tras la incorporación de los grandes propietarios, financieros, armadores y clase media – en mayor o menor medida – a los gobiernos de sus respectivos países entre esas fechas, también habremos de anotar el afianzamiento de una nueva clase social: la obrera.

Habían participado en los procesos políticos anteriores, junto a los artesanos franceses en 1789, junto a Marat, Danton y Robespierre frente a los girondinos, en las revueltas de 1830 contra el enemigo común, las monarquías absolutistas… pero a partir de entonces ya no quieren ser un mero convidado de piedra: querrán ser protagonistas absolutos. El Manifiesto Comunista que se edita en 1848, va dirigido a ellos.

Ya han sido estudiados y analizados como clase: en Inglaterra se publican los Bluebooks o Libros Azules con investigaciones estadísticas; Engels había escrito su “Situación de la clase obrera en Inglaterra” y Villermé publica el “Tableau de l´état physique et moral des ouvriers”.

LOS ANTECEDENTES DE LA REVOLUCIÓN DE 1848

Tras la derrota de Napoleón I en el Congreso de Viena de 1815 se quiso detener el curso de la historia. Intento vano.

Entre 1815 y 1848 se producirían tres grandes olas revolucionarias:

  1. Entre 1820 y 1824, con España, Nápoles y Grecia como epicentro. Excepto la griega, todas las insurrecciones serían sofocadas. También en esta década Simón Bolivar, San Martín y Bernardo O´Higgins iniciaban el movimiento imparable por la independencia de la “Gran Colombia” (Colombia, Venezuela y Ecuador).

  2. Entre 1824 y 1834 se produce una segunda gran ola: En Norteamérica triunfa las tesis reformistas del Presidente Andrew Jackson: la democracia de colonizadores, pequeños granjeros y trabajadores frente a los ricos oligarcas. Bélgica se independiza de Holanda en 1830. En París cae la monarquía de Carlos IX de Borbón. En Italia y Alemania se producen convulsiones. En Suiza triunfa el liberalismo. Irlanda se rebela.

  3. Y la ola de 1848 de la que luego hablaremos.

La ola de 1830 fue más intensa y grave que la de 1820 y significará la derrota definitiva del poder aristocrático en solitario: la clase dirigente de los próximos 50 años iba a ser la gran burguesía de banqueros, industriales y altos funcionarios civiles.

El sistema político que se instaurará en Francia, en Bélgica y que ya existía en Inglaterra será el mismo:

Instituciones liberales con sufragio censitario en base al grado de cultura y riqueza, lo primero, normalmente consecuencia de lo segundo. 168.000 personas votaban en Francia.

La Revolución de 1830

Lo que hemos denominado en nuestros días “Revoluciones de 1830” es un proceso que comienza en Francia con la denominada Revolución de Julio o las Tres Gloriosas (Trois Glorieuses) jornadas revolucionarias de París que llevaron al trono a Luis Felipe de Orleáns y abrieron el periodo conocido como Monarquía de Julio

Fue una revuelta de las clases medias contra el rey borbón Carlos X a quien lograrán sustituir por el muy liberal Luís Felipe, conocido como el rey de las barricadas.

Cuando Carlos X subió al trono el 16 de septiembre de 1824, Francia estaba avanzando hacia la reconstrucción de las guerras napoleónicas. Al imponerse el sufragio universal masculino, Carlos X se enfrentaba a un parlamento de mayoría liberal moderado. Ante este hecho decretó las 4 ordenanzas de julio, que suspendían la libertad de prensa, disolvió la recién elegida Cámara de diputados, alargaba el cargo de los diputados y reducía su número.


En 1830 el pueblo de París se precipitó a la calle y consiguió derrotar el ejército real. Los políticos liberales se aprovecharon de este suceso y el rey Carlos X se vio forzado a exiliarse. Se nombró al nuevo rey: Luis Felipe I de Orleans ; y Francia se dotó de una constitución más liberal.

La Revolución de 1830 trajo consigo una Constitución que reconocía de nuevo la soberanía nacional. El Rey ya no lo es de Francia por derecho divino, sino de los franceses por voluntad de los mismos. Luis Felipe I de Orleans era el jefe del ejecutivo y compartía la iniciativa legislativa con las Cámaras. La Cámara de los Pares dejó de ser hereditaria, y perdió importancia en favor de la Cámara de los diputados.

La oleada revolucionaria en otros países

En España la muerte de Fernando VII abrió un periodo de transformaciones liberales y de guerra civil entre carlistas y liberales moderados (que apoyaban a la hija de Fernando VII, Isabel II, que era aún una niña).

Mientras tanto, en Italia hay una revolución liberal y nacionalista (con ayuda francesa) en Módena, Parma y los Estados Pontificios, que fue sofocada por Metternich.

En Alemania también hay levantamientos, organizados por los jóvenes estudiantes mediante propaganda, pero fueron duramente reprimidos por Prusia y Austria.

Es importante entender algunas consecuencias derivadas de las Revoluciones de 1830 y que tendrán su influencia en la actividad política de Carlos Marx y su alineamiento con los intereses de la clase trabajadora:

  • Ha diferencia de lo sucedido hasta el siglo XVIII; en el XIX las Revoluciones se estudian y se planean. La Revolución Francesa de 1789 había creado un patrón.
  • Tras 1815 surgen tres tendencias opositoras al Congreso de Viena y la Restauración: la moderada liberal (clases medias-altas, industriales); la radical democrática (clases medias, profesiones liberales, artesanos) y la socialista.
  • La tendencia moderada mira hacia la monarquía constitucional de 1789-1791, la segunda en la República Democrática Girondina y la tercera en la breve revolución del año II y en el ala izquierda del jacobinismo y su propuesta de “República inclinada hacia un estado social”.

  • Hasta 1830 las tres tendencias tenían un enemigo común: la política instaurada por Metternich en Viena. Pero después, la desintegración del frente único será un hecho, especialmente cuando los liberales moderados se instalen en los gobiernos a partir de 1830.

  • En un rápido resumen: se empieza a vislumbrar dos campos: la derecha y su modelo de gobierno liberal, y las izquierdas, en donde una de sus alas empieza a barruntar los principios del socialismo.
  • Y tras1830 en el imaginario colectivo hay una nueva arma: las barricadas.

Debemos entender que aún no podemos hablar de movimientos de masas o de una clase obrera organizada políticamente. Muchos de los activistas se organizaban en sociedades secretas, como la de los carbonarios o buenos primos en Francia.

En esos círculos empezará a correr un nuevo grito de combate: por la República social y democrática, al tiempo que se constata un creciente descontento entre los pobres, y especialmente entre los pobres urbanos. Éstos empiezan a organizarse lentamente:

Asistimos a la creación de la “Unión General” owenista o los cartistas en Inglaterra, en Francia actúa Louis Auguste Blanqui, y de hecho los blanquistas intentarán un frustrado levantamiento en 1839 contra la monarquía liberal de Luís Felipe.

La última gran característica en el camino hacia 1848 es el internacionalismo. Por cierto, que un factor accidental que lo reforzaría lo encontramos en el hecho de que la mayor parte de los militantes de las izquierdas continentales han estado expatriados durante algún tiempo. En París se refugian contingentes de polacos, italianos, alemanes… París es la sede de atracción de los revolucionarios. Allí se reúnen, sueñan con la liberación de la humanidad y juntos preparan la tercera oleada revolucionaria de 1848.

CAMINANDO HACÍA 1848 y el Manifiesto Comunista


Carlos Marx y Federico Engels empezarán a escribir el “Manifiesto Comunista” hacia 1847. Desde hace ya algún tiempo se viene denunciando la situación de la clase trabajadora, hacinada en los suburbios, hambrienta y sin recursos. La Revolución Industrial descansaba sobre unos hombros que no estarían dispuestos eternamente a soportar jornadas agotadoras por salarios de subsistencia.

Incluso autores conservadores, como el católico y miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de París, Villermé, se veía obligado a denunciar unas condiciones infrahumanas:

Leemos en su ya citado “Cahiers”:

En Mulhouse las hilanderas y fábricas de tejidos abren por la mañana a las cinco y cierran a las ocho o nueve de la noche… La jornada dura 15 horas, con media hora para el desayuno y una para la comida. Hay que verles llegar todavía de noche en días lluviosos y ateridos de frío. Vienen con ellos grupos de mujeres pálidas, delgadas, descalzas, que se cubren las cabezas con sus faldas, y una caterva de niños tan sucios del aceite de las máquinas, que sus andrajos resultan impermeables. Su miseria es tan profunda, que, mientras en las familias de clase media la mitad de los nacidos llega a la edad de veintinueve años, en las familias de tejedores e hiladores la mitad muere antes de los dos años.

Charles Dickens también nos ofrecería imágenes aterradoras de las condiciones de vida de los trabajadores en los suburbios industriales de Londres.

Ese mundo es el que contemplan Carlos Marx y Federico Engels, dos “burgueses” que decidirán dedicar su vida y su obra política a los trabajadores, elaborando las líneas generales que recorrerán, tras ellos, buena parte de los programas políticos de los partidos y sindicatos de clase.

Y uno de los primeros escritos que elaboran, en pleno auge revolucionario, es el MANIFIESTO COMUNISTA

¿QUÉ ES EL MANIFIESTO COMUNISTA?

En la primavera de 1847 Marx y Engels acordaron unirse a la denominada “Liga de los Justos”, organización que en su II Congreso celebrado en Londres entre noviembre y diciembre de ese mismo año los invitaría a realizar el borrador de un nuevo manifiesto que expusiera los objetivos y políticas de la Liga.

Para ese momento, la Liga había pasado a denominarse “Liga de los Comunistas” y el documento presentado tendría como título MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA (conocido desde 1872 como Manifiesto Comunista). 23 páginas publicadas en febrero de 1848 por la Asociación Educativa de los Trabajadores en el 46 de Liverpool Street, Londres.

Salió una semana o dos antes del surgimiento de las Revoluciones del 48 y a los pocos meses se había reimpreso en tres ediciones, así como publicado por entregas en el Deutsche Londoner Zeitung. La primera traducción en castellano se produjo en 1871 en La emancipación.

La edición que se maneja actualmente parte de la de 1872, 24 años después, y tras la experiencia de la Comuna de París de 1871. En los cuarenta años posteriores sería el libro de cabecera de los partidos laboristas y socialistas y se publicaría en decenas de idiomas.

El Manifiesto Comunista fue un texto excepcional: por su brevedad, porque inauguraba un género nuevo en la filosofía política, por la audiencia que conquistó y por su lenguaje claro y sencillo. Un libro dedicado a exponer las causas de la desigualdad y la lucha de clases.

El Manifiesto tenía un comienzo perturbador para las clases asentadas del momento: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del Comunismo”.

Y un final que no le iba a la zaga: “Proletarios de todo el mundo: uníos”.

El objetivo del libro era lograr que la clase obrera tomara conciencia de sí misma, que pueden llegar a tener voz propia y configurar una nueva hegemonía político – cultural.

En un principio Engels concibió la idea de un Catecismo, con preguntas y respuestas, pero Marx decidió redactar al final una obra narrativa, esquemática y propositiva. El Manifiesto está escrito en párrafos cortos, apodícticos, principalmente de cinco o seis líneas y en cinco casos, de entre más de doscientos, de quince líneas.

En la obra se califica, se da nombre a las cosas. Por ejemplo: no describen a la “burguesía”, la califican: son una clase social. E interpretan su papel en la historia como un canto a sus conquistas: la técnica, la economía y la civilización que fundan. Pero hecho esto, pasan a relatar como viven y como sufren los obreros en esa civilización sin igual.

Contenido y estructura

El texto del Manifiesto describe sucinta y explícitamente los principios de la teoría marxista del materialismo dialéctico y anuncia los propósitos y el programa de la Liga.

Está estructurado en cuatro grandes capítulos:

  1. Burgueses y proletarios. En este apartado introductorio, desarrolla la idea de que la historia del mundo se basa en la lucha entre opresores y oprimidos, y concibe el modelo social de entonces como un espacio de enfrentamiento entre la burguesía, obligada a revolucionar constantemente los medios de producción para su propia supervivencia; y el proletariado, que aprovechará los cambios desencadenados por el capital para volverse contra él y derrumbar el orden capitalista.
  2. Proletarios y comunistas. Los autores identifican el proyecto comunista de la Liga con los intereses del proletariado internacional. En este apartado desarrolla propiamente el programa del comunismo y rebate las críticas que se vierten contra el proyecto comunista. Así, establece en este apartado la abolición de la propiedad privada, la creación de un elevado impuesto progresivo, la intervención del Estado y el igualitarismo entre todos los ciudadanos.
  3. Actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición. Tras una enumeración de la situación del partido comunista en diferentes países europeos y en los EE.UU. los autores concluyen que el comunismo se posiciona en todos sitios enfrente del poder establecido y al lado de los revolucionarios, sean estos burgueses en un país feudal, campesinos en una nación burguesa, etc.

El Manifiesto no fue escrito para la eternidad, ni pensando en lo que pasaría en la Revolución Rusa de 1917. Fue escrito para ayudar a los trabajadores europeos de 1848. El que aún siga conmoviendo se debe a que contiene verdades sobre el desarrollo del capitalismo y sobre como pueden intervenir en la política “los de abajo” que ha rebasado el marco de aquella fecha.

El Manifiesto pretendía intervenir en el marco de las luchas político - sociales del momento, y lo que pasaría poco después de la publicación del Manifiesto, que bebía en un contexto donde los trabajadores empezaban a organizarse, marcará el futuro: 1848 es el principio de la incorporación del proletariado como clase a la lucha revolucionaria.

Recuérdese lo escrito: el Manifiesto influirá posteriormente a 1848, pues en ese momento tuvo una difusión limitada. Pero acababa de anticipar un hecho notorio.

La primavera de los pueblos


En 1848 se sucederían rebeliones, motines, insurrecciones y luchas a favor de la liberación nacional en toda Europa. Meses antes en Europa se había producido una crisis económica imparable y Suiza caminaba hacia una guerra civil.

Después de febrero de 1848 la Revolución triunfaría en París, cayendo la monarquía de Luís Felipe (la instaurada en las barricadas de 1830), y proclamándose una República en cuyo gobierno participaría el socialista Louis Blanch.

Las Revoluciones de 1848 se caracterizaron por su brevedad y rápida expansión y tuvieron repercusiones en Francia, Austria, Alemania, Italia, Hungria y los diversos pueblos de Europa central.

Hubo dos acontecimientos económicos que avivaron la incertidumbre del momento y que contribuyeron a desencadenar la revuelta :

  • En 1845 y 1846 la plaga de la patata echó a perder las cosechas. Este suceso unido a la carestía en Francia de 1847, al igual que en otros países de Europa, originó graves conflictos sangrientos.
  • En el otoño de 1847 estalló la crisis del comercio y la industria en Inglaterra, con la quiebra de los grandes comerciantes de productos coloniales. La crisis afectó también a los bancos agrarios ingleses y en los distritos industriales se produjeron cierres de fábricas.

En París la crisis industrial estuvo acompañada además por una consecuencia particular: los fabricantes y comerciantes al por mayor que en las circunstancias que entonces se estaban dando, no podían exportar sus productos, abrieron grandes establecimientos cuya competencia arruinó a los pequeños comerciantes, por lo que éstos se involucraron en la Revolución.

La monarquía tuvo que dejar sitio a un gobierno provisional, el cual reflejaba en su composición los diferentes partidos que se repartieron la victoria de la revolución. Si París dominaba Francia, los obreros en aquel momento, dominaban París. En los muros de París comenzaron a leerse las históricas palabras : "Rèpublique Française! Liberté, Égalité, Fraternité!"

Finalmente, se instituyó la Segunda República después de que el monarca Luis Felile abdicara con motivo del descontento que había originado su Gobierno, pues se había convertido en un rey cada vez más conservador.


Se instituyó un Gobierno provisional y ese mismo año Napoleón III (sobrino de Napoleón Bonaparte ) ganó las elecciones a la Presidencia de la República.

Las revueltas fueron reconducidas una vez más. El orden restablecido. En muchos países los cabecillas revolucionarios encarcelados o exiliados. Pero tras 1848 dos hechos se habían producido y no habría ya marcha atrás: la vuelta al absolutismo sería imposible y la clase trabajadora había irrumpido en la escena.

La muerte de un inocente


25 de diciembre de 1937: proceso y fusilamiento a Antonio Canales
Por Anselmo Vega Junquera

En la Navidad de este año de 2007 se cumplirán 70 de la muerte de Antonio Canales, Alcalde de Cáceres, ocurrida el 25 de Diciembre de 1937. Las circunstancias que propiciaron y contribuyeron a su fusilamiento forman parte del desarrollo de la Guerra Civil Española en la ciudad de Cáceres, que en este aniversario es oportuno recordar.

El año de 1936 había comenzado con la publicación de dos decretos en la Gaceta de Madrid (después, Boletín Oficial del Estado) el día 8 de Enero, firmados por Don Niceto Alcalá Zamora, Presidente de la Nación. Por el primero se disolvían las Cortes de la Segunda República y por el segundo se convocaban nuevas elecciones legislativas para el 16 de febrero siguiente, que era domingo.

Las fuerzas políticas estaban agrupadas en las dos tendencias clásicas de las derechas y las izquierdas. La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), Falange Española y el Bloque Nacional por una parte, y los republicanos de izquierdas, los socialistas y los comunistas por otra, apoyados estos por las organizaciones sindicales. Sin embargo, Gil Robles, de la CEDA, prefirió esta vez ir solo, creyendo que conseguiría los 300 diputados necesarios para gobernar con mayoría. Así que los falangistas, los tradicionalistas y los monárquicos alfonsinos tuvieron que presentar candidaturas independientes, mientras que las izquierdas, esta vez unidas, constituyeron el llamado Frente Popular.

El día 16 hubo una participación masiva. Según un suelto de un periódico de la época, “Desde primeras horas de la noche del domingo se tiene la firme impresión de una clara victoria del Frente Popular. En la mañana del lunes no sólo se confirman las primeras impresiones, sino que aumenta la magnitud del triunfo logrado por las izquierdas. En Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza y otras ciudades importantes la diferencia de votos no deja lugar a la más mínima duda. Ni siquiera hay que esperar a la segunda vuelta, señalada para el 1 de marzo”.

Efectivamente, en las grandes ciudades el triunfo de las izquierdas fue arrollador. El Presidente del Gobierno, Portela Valladares, de ideología liberal centrista y ante el resultado de las elecciones, dimitió. Ese mismo día los dirigentes del Frente Popular eligieron a Manuel Azaña como nuevo Presidente del Gobierno.

El día 21 las Cortes aprobaron un Decreto-Ley de Amnistía a los penados por delitos políticos y sociales, sobre todo los que participaron en las agitaciones del 6 de Octubre de 1934. El 14 de abril, con motivo del Desfile en el Paseo de la Castellana, en Madrid, conmemorativo de la Proclamación de la Segunda República, se originaron numerosos incidentes. El 1º de mayo, Día del Trabajo, se produjeron grandes manifestaciones. Hubo Huelga General en varias localidades en ese día y en los siguientes. En Zafra el día 6 y en Almendralejo el día 9. También se desencadenaron atentados contra instituciones religiosas.
Primer gobierno de la República. Manuel Azaña, 1º por la derecha
El 10 de mayo Azaña fue proclamado Presidente de la República y nombró Presidente de Gobierno a Casares Quiroga. El día 20 se cerraron las escuelas pertenecientes a la Iglesia Católica, por orden gubernativa. El día 1º de Junio se realizó una huelga de albañiles y electricistas. España estaba convulsa porque no había autoridad que pusiera fin a esas violencias, ya que no querían enemistarse con quienes les habían dado el voto en las elecciones pasadas.

El 16 de Junio, Gil Robles, diputado por la CEDA, denunció en el Parlamento la quema de 170 iglesias y el conato de ello en otras 200. Los asesinatos políticos proliferaban en muchos lugares y la desorganización era cada vez más evidente. En el mes de julio arreciaron los asesinatos a falangistas, y estos respondieron matando a militantes de la izquierda, en particular del sindicato de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT).
El día 12 de Julio fue asesinado el Teniente de Asalto José Castillo. Se acusaron unos a otros – derechas e izquierdas – de su autoría, que nunca se llegó a saber. Pero, como reacción o como provocación, al día siguiente, 13 de Julio, un grupo formado por Guardias de Asalto y miembros de las Juventudes Socialistas dirigidos por el Capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, amigo personal de Castillo e instructor de las ilegales milicias paramilitares socialistas, tomó represalia asesinando a Calvo Sotelo en un furgón policial, tras sacarle de su casa a las tres de la madrugada con una orden de detención falsa. Su cadáver fue abandonado en el depósito del cementerio madrileño del Este. Según todas las investigaciones, el autor material de la muerte fue el pistolero socialista Luis Cuenca, guardaespaldas o miembro de la escolta personal del dirigente del PSOE Indalecio Prieto.

Estos acontecimientos precipitaron el levantamiento de los militares de la derecha, Queipo de Llano y Mola en la península y Franco en Canarias, como ya había sido planificado – a falta de fecha - en la reunión celebrada por Valera, Saliquet, Orgaz, Kindelán y Villegas en la casa de José Delgado, diputado de Gil Robles en Madrid, según nos cuenta Manuel Veiga López en su libro “Fusilamiento en Navidad”.

Otras fuentes consultadas han sido el artículo de Raúl Aguado Benítez, “Cáceres, verano 1936”, en la Web de la Revista Alcántara nº 55, de Enero-Abril 2002 y también la Web que trae la “Historiografía sobre la Guerra Civil 1936-1939: Extremadura”, de Julian Chaves Palacios, de fecha 15-6-2004.

Todo había sido planeado con meticulosidad por los altos mandos militares del llamado bando nacional. El 18 de Julio el General Franco había ido desde Tenerife, donde estaba la Capitanía Militar de la que era titular, hasta Las Palmas, para asistir al entierro de un conocido, según pretextó. En el muelle, hoy cubierto por la calle “Muelle de Las Palmas”, ganada al mar, le esperaba una lancha motora, que lo llevó al Aeropuerto de Gando. Allí esperaba un avión marca Havilland, tipo Dragón Rapide, que había sido alquilado en Inglaterra, y con el que se le trasladó a Tetuán, vía Casablanca, para ponerse al frente de las fuerzas de Marruecos.

Una vez que Franco supo cómo había resultado el levantamiento en la península – había fallado en Asturias, Cantabria y parte del País Vasco, así como en Madrid y todo el Levante - decidió organizar el paso del Estrecho para las tropas que tenía en el Norte de África, que le eran leales. La ruta hacia Madrid, objetivo prioritario de los sublevados, era difícil en línea recta por estar la zona en manos de la República, por lo que ordenó desviarse, trazando un itinerario desde Sevilla - que estaba controlada por Queipo de Llano - a Mérida. De ahí a Talavera y luego a Madrid.

El entonces Teniente Coronel Yagüe, responsable de las fuerzas militares, las condujo hacia la provincia de Badajoz, en donde tuvieron fuerte resistencia, que produjo numerosas víctimas a los dos bandos. Se tomó el pueblo de Monesterio el día 4 de Agosto, así como el de Llerena, con varios fusilamientos. En Fuente de Cantos, en donde las tropas entraron el día 5, no encontraron oposición. La columna que había ocupado Llerena prosiguió su avance y en las inmediaciones de Los Santos de Maimona se produjo una batalla, que ganaron al cabo de unas horas, apoderándose del pueblo.

La otra columna, que avanzó directamente hacia Zafra, se quedó esperando, después de tomar esa ciudad, ya que se habían refugiado allí bastantes huidos republicanos, que fueron fusilados. Luego ambas columnas se dirigieron a Villafranca de los Barros, en donde volvieron a encontrar fuerte resistencia, sufriendo también ataques aéreos, por lo que hasta el día 9 no lo ocuparon completamente, dejándolo atrás después de haber realizado unos 50 fusilamientos. En Almendralejo también encontraron resistencia. La IV Bandera se quedó asediando la Iglesia en donde se refugiaron los republicanos. Después de ocupada fusilaron a unas 60 personas.

La VI Bandera se desvió hacia la derecha, por Alange y Zarza, en donde combatieron contra una columna republicana, a la que vencieron completamente. Mientras, la V Bandera siguió hasta Mérida, por Torremejía, no encontrando ninguna resistencia, pero sí en Mérida, que al final se tomó el día 11 después de una fuerte contraofensiva y sangrientos combates. Una vez sojuzgada, quedaba Badajoz, que también estaba dominada por los republicanos.

Yagüe marchó entonces hacia Badajoz con 2.250 legionarios, 750 regulares marroquíes, y cinco baterías. Dentro de la ciudad, el Coronel Puigdendolas tenía bajo su mando un contingente de unos 500 soldados, más unos 3.000 milicianos. El ataque comenzó en la tarde del 13 de Agosto, después de un intenso bombardeo de la ciudad por la aviación alemana. Una unidad de la Legión asaltó la Puerta de la Trinidad, pero los republicanos la tenían defendida con ametralladoras, frenando así el asalto, en el que cayeron varias oleadas de los atacantes. Entonces estos utilizaron los tanques, con los que consiguieron abrir una brecha en la muralla, por la que ya entraron, llegando al cuerpo a cuerpo.

Por la parte sur de la ciudad, los regulares de Tetuán se abrieron paso a través de la Puerta de Carros. De esa forma, los legionarios y los marroquíes, una vez dentro, barrieron a los defensores, acuchillando y fusilando a quienes encontraban en el camino. En la Catedral se refugiaron unos 50 milicianos, que al final se quedaron sin municiones, siendo arrasados y fusilados allí mismo. Viendo perdida la ciudad, el Coronel Puigdendolas la abandonó, huyendo a Portugal. Después vinieron las ejecuciones a los republicanos civiles, cuyo número no ha podido ser cuantificado.

En cuanto a Cáceres, la ciudad estuvo de parte del llamado bando nacional desde el primer momento. La conspiración previa a la sublevación militar fue desarrollada principalmente por el Comandante Joaquín González Martín y los Capitanes Alfonso Pérez Viñeta y Francisco Visedo Moreno, quienes estaban en permanente contacto con las autoridades de Valladolid, cabecera de la VII división a la que pertenecía Cáceres.

Estos comenzaron a preparar el alzamiento en Cáceres tras la visita del Capitán vallisoletano Eloy de la Pisa Bedoya, realizada en mayo a la guarnición cacereña, formando una Junta Militar que fue secundada por el Comandante Linos Lage y los Capitanes Luciano López Hidalgo y Carlos Argüelles Tejedor. También la Falange dio su apoyo incondicional a la mencionada Junta Militar.

Por otra parte, en el ámbito de la Guardia Civil los contactos con los militares sediciosos fueron el Comandante Fernando Vázquez Ramos y el Capitán Luis Marzal Albarrán, mientras que el jefe de la comandancia, el Teniente-Coronel Ángel Hernández Martín, fue deliberadamente dejado de lado por la conspiración debido a su conocido republicanismo, al igual que el Coronel del Regimiento Argel, Álvarez Díaz, quien fue informado de la sublevación de la capital cacereña sólo en el último momento.

El propio Gobernador Civil se negó a entregar armas al pueblo, un hecho que de haberse producido hubiese impedido, al principio, que los sediciosos cacereños lograran apoderarse con rapidez de la ciudad al igual que había sucedido en otras localidades españolas. Bien es verdad que no había hecho sino cumplir órdenes del Gobierno Central cuando se negó a entregar armas al pueblo.

Alrededor de las once de la mañana del día 19 de julio de 1936, un Batallón del Regimiento de Argel nº 27, al mando del comandante Linos Lage, salió de su cuartel, llevando banda de música y bandera republicana. El Gobierno había dado a conocer por la radio la sublevación militar en África, pero afirmaba controlar la situación en casi todo el país. El periódico local Extremadura había recibido órdenes de no comunicar ni una sola línea de información sobre el levantamiento militar. Además, las comunicaciones periodísticas habían quedado interrumpidas desde el día 17, justo después de haber llegado a la redacción del diario un telegrama cifrado que daba cuenta de la sublevación en África. El Batallón desfiló por las calles Canalejas (hoy Barrionuevo) y General Ezponda hasta desembocar en la Plaza Mayor. Allí, frente al Ayuntamiento, el comandante Linos proclamó el Estado de Guerra.

Después las tropas se encaminaron hacia la plaza de Santa María para tomar el Gobierno Civil y la Diputación Provincial. En el primero se hallaban reunidos importantes miembros locales del Frente Popular. La Guardia de Asalto que custodiaba el edificio optó por no oponer resistencia a las fuerzas del Comandante Linos. Detenidas las autoridades republicanas, el Ejército, ayudado por la Guardia Civil que se había sublevado siguiendo las órdenes del Comandante Fernando Vázquez, ocupó los principales edificios públicos de la ciudad (Correos, Telégrafos, Casa del Pueblo, etc.), sin disparar ni un solo tiro.

El único incidente bélico de ese día se produjo en las inmediaciones de la cárcel. Dentro se encontraban detenidos numerosos falangistas desde el 13 de Julio, entre ellos el jefe Provincial, Capitán Luna. Algunos militantes socialistas y comunistas trataron de llegar hasta allí a bordo de un camión, con el objetivo de hacerse cargo de los presos. La Guardia Civil – según algún historiador, sólo uno - les salió al paso y se entabló un tiroteo entre ellos, huyendo sin detenerse los republicanos. El incidente se saldó sin ninguna baja por ambas partes.

El mismo día, 19 de Julio, por la mañana, se celebraba la primera conferencia provincial del Partido Comunista. Asistían, entre otros, el diputado por Badajoz, Martín Cartón, el secretario general de los comunistas cacereños, Máximo Calvo, y el socialista Felipe Granado, así como una gran mayoría de los delegados locales de la provincia. En medio de la reunión, alguien comunicó a Granado que el Regimiento Argel había tomado el Gobierno Civil. Inmediatamente se suspendió el acto, lo que permitió la huida a un buen número de militantes comunistas, antes de que llegara al local la Guardia Civil.

Liberado el Capitán Luna, se puso rápidamente al mando de las milicias falangistas que, en dicho día 19, levantaron en pie de guerra, exclusivamente en la ciudad de Cáceres, cerca de mil hombres. Desde su puesto de jefe Provincial de Falange, Luna jugaría un importante papel en la ocupación de numerosos pueblos de la provincia, al ordenar a las agrupaciones locales la toma de ayuntamientos y el refuerzo militar de algunos puntos de interés estratégico, tales como el Puerto de Miravete, el puente de Almaraz y las líneas fronterizas con Portugal.

La represión comenzó inmediatamente. El día 21 fueron detenidos el gobernador y el alcalde constitucional, Antonio Canales. En la Alcaldía se presentó Manuel Plasencia, de la CEDA, acompañado del Teniente de Seguridad D. Pedro Sánchez y Sánchez, con la orden correspondiente, para que aquél le entregara el bastón de mando. Canales, haciendo la salvedad de que él era el alcalde elegido por el pueblo y en contra de su voluntad, entregó el mando. Inmediatamente fue llevado a los calabozos, en espera de órdenes.
Antonio Canales: alcalde socialista y republicano de Cáceres

Antonio Canales había nacido el 3 de febrero de 1885, en Arroyo del Puerco (desde diciembre de 1936 se denominó Arroyo de la Luz). Vinculado al arte de la impresión, quizá por influencia de su hermano mayor, Juan, llegó a ser Regente del diario “El Noticiero”. La prensa de aquella época tenía cabeceras tales como “Nuevo Día”, “El Bloque”, “El Adarve”, “La Montaña”, “Extremadura” y “Hoy”, de los que sólo han sobrevivido los dos últimos.


Proclamación en las calles de la II República. 14 de abril de 1931

El 28 de junio de 1931 se celebraron en España las elecciones a Cortes Constituyentes de la II República Española. A ellas concurrieron, por una parte la Conjunción republicano-socialista, en la que, aunque cada partido concurría con su propio programa, formaban unidad: el PSOE, los radicales de Lerroux, los radicalsocialistas, los progresistas (Derecha Liberal Republicana) y la Acción Republicana de Azaña. La derecha antirrepublicana concurría dividida.

Las elecciones dieron un triunfo rotundo a la conjunción republicano-socialista. La derecha y el centro republicanos (con la excepción de los radicales) quedaban reducidos a un papel testimonial, en tanto que la derecha monárquica sufría un serio revés. Como resultado, la mayoría de las izquierdas en el Parlamento (aglutinando a socialistas, radicalsocialistas y Acción Republicana, puesto que radicales y progresistas abandonaron pronto la coalición) dio lugar al denominado "bienio reformista" entre los años 1931-33

Antonio Canales resultó elegido Alcalde, con la mayoría de los votos, mientras que Mario Rosso de Luna, independiente, fue el que menos obtuvo.

En Octubre de 1934 y con motivos de los sucesos ocurridos entonces, Canales fue forzado a dimitir, pero en las elecciones del 20 de febrero de 1936 fue repuesto en el cargo de Alcalde, que ostentó hasta el 21 de Julio de dicho año, como hemos relatado antes. A partir de aquí, los hechos empezaron a sucederse vertiginosamente.

El 2 de Agosto se sustituyó al Alcalde provisional, Manuel Plasencia, por el Capitán de Infantería Luciano López Hidalgo.

El día 10 Antonio Canales ingresó en la antigua Prisión Provincial de la calle Nidos.

El 26 de Enero de 1937 se inició el Primer procesamiento: Conspiración contra la rebelión militar, por no haber apoyado al llamado bando nacional. El 3 de Febrero, Antonio cumplió sus 52 años en la cárcel de la calle Nidos, desde donde escribió a su familia.

El 1 de Junio el Capitán López Hidalgo dejó la Alcaldía y se incorporó al frente, por lo que el día 9 se designó el nuevo Alcalde, Narciso Maderal.

El 23 de Julio la aviación republicana bombardeó la ciudad de Cáceres. Sobre las nueve o nueve treinta de la mañana, 5 bimotores Tupolev SB-2 “Katiuska” soviéticos de la 4ª escuadrilla, al mando del teniente coronel Jaume Mata Romeu (de 18 años), de las Fuerzas Aéreas de la República Española -FARE- que habían despegado del aeródromo de “Los llanos” en Albacete, arrojaron 18 bombas, las cuales afectaron a diversas construcciones (como el palacio de Mayoralgo – que quedó casi destruido - el mercado de abastos, Santa María, traseras del cuartel de la Guardia Civil, Ayuntamiento, las calles Nidos y Sancti Espíritu), causando 35 muertos y numerosos heridos. En la Plaza Mayor cayeron dos bombas. Otra cerca de la plaza del Duque. Tres por la parte de la Catedral. El resto, ya por fuera de la parte amurallada.

El 27 de Julio trasladaron a Antonio Canales a la llamada entonces Cárcel Nueva en la carretera de Torrejón (hoy cárcel vieja), cuya primera piedra había colocado él mismo en 1934. También había puesto la primera del nuevo edificio del Gobierno Civil, en la Avenida de Mayo, hoy Virgen de la Montaña.

El 9 de Agosto comenzó el Consejo de Guerra, quien lo acusa de pertenecer a la masonería, conspirar para la rebelión y adhesión a la misma. En cuanto a la primera, que se basaba únicamente en haber encontrado en su casa ciertos libros, él la negó tajantemente. Y en cuanto a las otras, acusado de estar involucrado en el supuesto complot del dirigente comunista Máximo Calvo – Alcalde de Cadalso - se defendió diciendo que en realidad llevaba incomunicado en la cárcel desde el día en que la sublevación se consumó en la capital.

El General Franco llegó a Cáceres en el mes de Agosto y allí estableció su Cuartel General, desde donde dirigía las operaciones. La toma de Madrid se retrasaba y entonces decidió enviar las fuerzas hacia Toledo, donde los republicanos sostenían un feroz asedio al Alcázar, defendido por el entonces coronel Moscardó. La ocasión era propicia para obtener un éxito con resonancia, por lo que encargó al General Varela de este cometido. Una vez liberado el 26 de Septiembre, Franco regresó a Cáceres, donde el día 29 fue proclamado Jefe del Estado en el Palacio de los Golfines de Arriba. Y el 3 de Octubre trasladó su Cuartel General al Palacio Episcopal de Salamanca.

Como dato curioso, señalaremos que Juan Barra Moreno, cacereño de nacimiento, fue el barbero de Franco durante su estancia en Cáceres en los meses de agosto a noviembre de 1936.

Mientras, seguía el Consejo de Guerra a Antonio Canales, quien resultó culpable de todos los cargos – ninguno por delito de sangre sino, como mucho, de ideología - a pesar de la defensa que él mismo hizo. Fue fusilado el día de Navidad de 1937, mientras profería – según dicen, a pesar de su republicanismo – la frase “Viva la Virgen de la Montaña”.

El Real Monasterio de Guadalupe

Pasado ya el día de Gudalupe, publicamos un extracto de la conferencia que pronunciara Marcelino Cardalliaguet en nuestra sección sobre la importancia histórica del monasterio en la región
EL REAL MONASTERIO DE GUADALUPE
Por Marcelino Cardalliaguet Quirant
Guadalupe ha ido generando a lo largo del siglo XX, a partir de la proclamación de la Virgen como Patrona de la región y de la entrega para la reconstrucción y custodia de su Monasterio a la Orden Franciscana la más nutrida y numerosa bibliografía acerca de su nacimiento, proyección religiosa e histórica, configuración de sus edificios y construcciones, joyas artísticas que atesora en sus capillas y dependencias, riquezas del pasado y del presente, etc. Concitando la atención de autores, investigadores y ensayistas como ninguna otra localidad extremeña lo ha logrado; posiblemente, solo superada por el conjunto arqueológico de Mérida, y esto a pesar de que, durante más de setenta años del siglo XIX y la primera década del XX, no fue más que una ruina olvidada y abandonada que apenas lograba mantener en pie algunas partes de su pasada y envidiable grandeza como santuario mariano; perdiendo significativamente casi todas sus pertenencias y el patrimonio que había acumulado durante siglos.
(...) De la bibliografía contemporánea, que arranca de los enérgicos artículos de Vicente Barrantes Moreno en favor de la declaración de las ruinas del Monasterio como Monumento Nacional para evitar su total deterioro, hasta nuestros días en que se han publicado obras de enorme aliento: Tesis doctorales, síntesis históricas y artísticas, numerosísimos artículos en la Revista “Guadalupe”, etc. también cabe destacar los libros de fray Carlos García Villacampa, franciscano, que desde comienzos del siglo XX, en que el Monasterio de Guadalupe sería entregado a su orden para su cuidado y reconstrucción, expurgó entre los documentos de su viejo archivo y en otros archivos de carácter nacional, para volver a resaltar el relieve hispano e internacional del culto a Guadalupe, con su enorme proyección en la América Latina, en Portugal y en otros variados rincones del mundo.
El proceso de consolidación y rehabilitación de los claustros, dependencias conventuales, hospederías y otros elementos del Monasterio, también dio pie para publicar numerosos trabajos y estudios. Y, finalmente, la inclusión del conjunto monumental de Guadalupe en la Lista del Patrimonio Mundial de la U.N.E.S.C.O. ha motivado, nuevamente, el fervor de una pléyade de autores de diversas publicaciones de las que aquí vamos a destacar el libro colectivo “Guadalupe: Siete siglos de fe y cultura” (1993) coordinado por fray Sebastián García Rodríguez O.F.M., en el que han tomado parte una serie amplia de especialistas en cada uno de los ámbitos o aspectos estudiados; y la tesis doctoral de Patricia Andres: “Guadalupe: Un centro histórico de desarrollo artístico y cultural” (2001) por su labor sintetizadora del arte guadalupense, a partir de una investigación que puede ser considerada la más completa hasta el presente.

Yo mismo he tenido ocasión de describir y contemplar esta florida historia monástica y la importancia de su conjunto monumental en el artículo correspondiente de la Gran Enciclopedia Extremeña (1989 – 1992), publicada a raíz del V Centenario del Descubrimiento de América. De nuevo, en una conferencia que impartí en el propio Parador Nacional de Guadalupe con motivo del V Centenario del bautizo de los indios traídos por Colón en su segundo viaje ( 1496 -1996), y en la redacción del volumen: “Extremadura: El Patrimonio de la Humanidad”, editado por el periódico HOY, con el patrocinio de Caja Duero, en 1999; libro en el que exaltaba también los valores artísticos y monumentales de Mérida y Cáceres.

No se trata de repetir la “Leyenda de Guadalupe” y de su milagrosa imagen, sino de buscar otros ámbitos de interpretación histórica, - más prosaica y realista, - y poner de manifiesto su relieve en el conjunto de la historia de España y de Extremadura, al cumplirse los cien años desde que el Papa Pío X proclamara el patronazgo de la virgen sobre nuestra región (1907).
Guadalupe: centro religioso
La importancia de Guadalupe como centro de atracción religiosa, a lo largo de los siglos XIV, XV y XVI es incuestionable; sobre todo a partir de la conquista de Sevilla que desplazó a la Corte Castellana hacia el sur, con lo que Santiago quedaría ya muy lejos para peregrinar allí con frecuencia en demanda de gracias e indulgencias.
A esta mayor proximidad de la Corte unía Guadalupe su cercanía de Toledo, cabeza espiritual del reino y capital del más rico y poderoso Arzobispado de España desde la época de los visigodos, en cuya jurisdicción eclesial se asentaba el Monasterio.
Los arzobispos de Toledo se volcaron en la protección de Guadalupe y su enriquecimiento. Sin duda, también, por evitar la competencia de Santiago, que había sido durante siglos la meta de romerías y peregrinaciones, atrayendo hacia sus arcas la mayor cuantía de limosnas, ofrendas y donaciones.
Alfonso XI y su hijo Pedro I favorecían la creación del Priorato Secular de Guadalupe, instituyendo el Real Patronato sobre su iglesia y canónigos, y la construcción de un Santuario para peregrinaciones, con hospital, colegios, hospedería y otros servicios que mejorasen su utilización colectiva en un paraje tan abrupto como Las Villuercas. Todo ello contando con la aquiescencia del Arzobispo Gil de Albornoz, que fue el primero en conferir a Guadalupe gracias y privilegios jubilares, siendo preboste y nuncio papal en la ciudad de Roma.
La fundación de la Puebla de Guadalupe por el noble extremeño Hernán Pérez de Monroy, con privilegio de Alfonso XI, favoreció también el establecimiento de familias judías que desarrollaron una próspera actividad bancaria y artesanal, de la que se aprovecharon reyes y clérigos.
Todos los monarcas castellanos de la Casa de Trastamara vieron en este lugar el centro espiritual de su reino, independiente del Arzobispado de Toledo; dotándole espléndidamente de joyas, tierras, ganados, dehesas, privilegios, impuestos y jurisdicciones, como veremos en los otros puntos de nuestro esquema.

(...) Iban a ser, en el siglo XV, los pontífices Martín V y Eugenio IV quienes dotaron al Monasterio, - ya convertido en Priorato Regular de los Eremitas de San Jerónimo, - de facultades papales para conferir indulgencias a todos los que participasen en sus ostentosas liturgias y celebraciones. Muy especialmente si éstas tenían lugar el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María, en la que se situó la advocación mariana de Guadalupe.
Además, desde 1415, el Monasterio adquirió una especial preeminencia dentro de la Orden Jerónima, cuya cabeza era el Monasterio de San Bartolomé de Lupian

Imagen historicista de los Reyes Católicos

Los Reyes Católicos intentaron subrayar aún más este papel de núcleo religioso y espiritual de Guadalupe - Monasterio por el que ambos sentían una especial atracción - instalando en él uno de los primeros Tribunales de la Santa Inquisición para perseguir y extirpar al núcleo de judaizantes y marranos instalado entre sus propios frailes y en el vecindario de La Puebla. Tribunal que sería posteriormente ubicado en Llerena con amplia jurisdicción sobre toda Extremadura.
El siglo XVI fue sin duda el momento de mayores esplendores del Real Monasterio como centro religioso, con amplia proyección hacia el Nuevo Mundo.
En el siglo XVII podemos fechar el segundo momento más esplendoroso de Guadalupe; en el que se conjuntan la mayoría de las grandes obras artísticas. Pues los reyes de la Casa de Austria sienten una mayor necesidad de visitar y dotar al Monasterio que para estas fechas cumple esplendorosamente su papel de centro espiritual del reino.
Pero al perderse Portugal después de una larga guerra, y convertirse aquel país en uno de los enemigos tradicionales del reino, - ya desde comienzos del siglo XVIII, - vuelve a ser Santiago de Compostela el centro de grandes obras y remodelaciones en su vieja basílica, captando de nuevo la atracción de reyes y peregrinos, en la misma medida en que Guadalupe es marginado; quedando reducido a Santuario regional, sin la proyección nacional que había tenido en la centuria anterior.
Lo que es igualmente constatable es que este carácter de centro religioso y espiritual de fuerte ascendencia popular, Guadalupe lo transfirió a México, y el pequeño santuario abierto por el indio Juan Diego de Cuautitlán en las proximidades de Tepeyac (Guadalupe – Hidalgo), se convirtió a mediados del siglo XVI en el núcleo religioso con más fuerza de todo el Nuevo Mundo, llegando a ser considerada esta advocación mariana como la Patrona de México en 1737.
Guadalupe como centro de decisiones históricas
Un aspecto poco tocado en la abundante bibliografía sobre Guadalupe es su importancia como centro de decisiones políticas, que afectaron no solo a Castilla, sino a la Corona de Aragón, a Portugal y a todas las colonias y territorios americanos.
Tanto Alfonso XI, como su hijo Pedro I sintieron por el pequeño y perdido Santuario una especial devoción, dotándole de notables riquezas y recursos; al igual que Enrique II, fundador de la dinastía real de Trastamara, cuyos miembros se sintieron siempre muy ligados al Monasterio.
Ya a mediados del siglo XIV, Juan I de Castilla se apoyó en las riquezas de Guadalupe, - que saqueó, - para preparar su campaña de invasión de Portugal que sería destrozada en Aljubarrota.
De sus sucesores, Enrique III “El Doliente” también buscó frecuentemente en el Monasterio consejo y consuelo; y quizá en él se fraguase el viaje de Ruy González de Clavijo a Samarcanda, en busca del imperio de Timur-Lang (Tamerlán), con el que se iniciaban los grandes descubrimientos castellanos por el ancho mundo. En uno de los grandes cuadros de la Sacristía Nueva pintados por Zurbarán se representa a este rey ofreciendo el capelo de Arzobispo de Toledo al prior Fernando Yánez, quien lo rechazaría en aras de su humildad eremítica.
El rey don Juan II sí que visitó con frecuencia Guadalupe, lo mismo que su valido, don Álvaro de Luna; fraguándose en el Monasterio muchos de los acontecimientos políticos que desencadenaron la guerra civil y nobiliaria en Castilla. Con el monarca también estuvo frecuentemente su hijo y heredero Enrique IV y su madre doña María de Aragón, quienes escogieron este santuario mariano como mausoleo; y se encuentran allí enterrados.
De los reyes portugueses, también tuvo gran afición por Guadalupe el rey Alfonso V, quien concertaría en él su matrimonio con la princesa heredera de Castilla Juana “La Beltraneja”, dando lugar a una nueva guerra civil en Castilla entre uno y otro bando.
Precisamente, en Guadalupe contaban los partidarios de La Beltraneja con un fuerte contingente, dentro y fuera del Monasterio, expulsando del pueblo a los partidarios de doña Isabel, la hermana del rey; lo que tendría sus consecuencias en la historia posterior del Santuario.
También doña Beatriz de Portugal sintió notable atracción por el Monasterio de Guadalupe, haciendo labrar la capilla de Santa Catalina (1461) para que sirviera de mausoleo a sus padres, don Dionís de Portugal y su esposa doña Juana. El artista encargado de labrarla sería Enrique Egas Cueman, uno de los más renombrados escultores del estilo “isabelino”, que dejará numerosas obras - especialmente sepulcros de algunos priores y el del arzobispo don Pedro Tenorio - en la iglesia y los claustros.
Pero, sin duda, cuando el Real Monasterio de Guadalupe se va a convertir en un importante centro de decisiones políticas va a ser durante el reinado de los Reyes Católicos, ya que estos monarcas sentirán una especial atracción por este santuario al que visitaron más de 22 ocasiones, tomando en él graves acuerdos que afectaron a la gobernación de todos sus reinos y al nuevo Imperio que iba surgiendo en el Nuevo Mundo.
Baste recordar que se harían construir una Real Hospedería aneja al Monasterio para residir en ella frecuentemente. Que en este lugar se decretó la Sentencia Arbitral que afectó tan profundamente a la vida social de Cataluña, acabando con la “Guerra de los Remensas”.
En Guadalupe se concertaron los matrimonios de dos hijas de los Reyes con monarcas portugueses: Isabel y María con don Manuel “El Afortunado”, creador del Imperio portugués, como piezas de la “política matrimonial” destinada a unificar en un solo reino a la Península Ibérica.
En esta Real Hospedería se fecharían cartas de doña Isabel autorizando las expediciones de Colón y financiando parte de sus gastos.
Prácticamente el proceso del Descubrimiento fue madurando en reuniones y visitas a Guadalupe del Almirante, que llegó a sentir una sincera devoción por la Virgen de las Villuercas, hasta el punto de poner su nombre a una de las islas descubierta.

Imagen historicista de la audiencia de los Reyes Católicos a Colón

Aquí trajo Colón a bautizar a los indios Cristóbal y Pedro, en un acto simbólico que demuestra la importancia que se confería entonces al Real Monasterio.

Si hemos de juzgar el relieve político del Monasterio a partir de las continuas visitas de los monarcas y de las deliberaciones, acuerdos y decisiones que en él se tomaron, entonces hay que resaltar - por ser imposible referirse a todas con puntualidad - algunos momentos estelares que influyeron en el devenir de los reinos que se gobernaban desde Castilla.

La muerte de Fernando “El Católico” en 1516 ya reunió en el Monasterio a toda la Corte, con el Regente Cardenal Cisneros, el representante del heredero de la corona Adriano de Utrecht y el Consejo de Castilla para deliberar sobre la crisis planteada. Tengamos también en cuenta que ejercería por aquellas fechas como Alcalde Mayor de la Puebla Gregorio López, consejero de los Reyes, jurista de gran prestigio, magistrado en las Chancillerías de Granada y Valladolid y nombrado Presidente del Consejo de Indias por Felipe II.

Desde esos tempranos momentos del siglo, Guadalupe se iba a convertir en meta y descanso para Carlos V (1525) y todos los miebros de la Casa de Austria. Felipe II quizá sea el rey que más veces descansó en Guadalupe - después de los Reyes Católicos - incluso concertando allí su famosa visita y entrevista con su sobrino Sebastián I de Portugal (1576) de la que se derivó la unificación de todos los reinos peninsulares en la Dinastía Austriaca.

Pero no solo reyes, príncipes o Grandes de España llegaron a postrarse a los pies de la Virgen Morena; sino que también llegarían ante su altar personalidades religiosas muy destacadas del momento, como San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Borja, etc. todos ellos implicados en reformas o fundaciones que iban a transformar sustancialmente a la Iglesia Católica.

En el siglo siguiente, aún Felipe III permanecería frecuentemente en el Monasterio y haría organizar festejos y ceremonias de gran lujo y boato, como las que solían celebrarse en el Madrid de los Austrias.


En la primera mitad del XVIII se mantuvo, en general, el relieve histórico del Monasterio; pero a partir de mediados de este siglo la decadencia ya se hizo notable, y patente con Carlos III, Carlos IV y el desdichado reinado de Fernando VII en el que prácticamente desapareció. Con la exclaustración de 1835 y con la desamortización de todos sus bienes y dependencias, la historia de Guadalupe y su importancia en la Historia de España quedó definitivamente eclipsada, siendo sustituida por el fervor patriótico hacia la Virgen del Pilar, a la que se consideró defensora de la patria contra los franceses y guardadora de los “valores hispánicos” ultraconservadores y católicos en la etapa posterior.

Riquezas y tierras en Guadalupe

Desde un punto de vista estrictamente económico, la importancia y riquezas de Guadalupe superó con mucho la de otros establecimientos monacales castellanos, y esta prosperidad se puso de manifiesto en todos los sectores productivos de una floreciente economía medieval.

Gozó este cenobio, desde el siglo XV al XVIII, del privilegio de la “Manda Forzosa” por el que debían figurar en todos los testamentos de nobles y adinerados algunas donaciones a favor de la Virgen de Guadalupe; privilegio excepcional que solamente gozaban Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Guadalupe, como santuarios de peregrinación capaces de conferir indulgencias a los donantes.

En agricultura poseía tierras de cultivo y labor de gran extensión y fertilidad, en los términos de Alía, Trujillo y Talavera; además de las dos magníficas fincas de Valdefuentes y Mirabel, primorosamente cultivadas.

Aparte de los cereales, eran cuantiosas las cosechas de vino, frutas, hortalizas, aceite, cera, miel y otros productos esenciales para la vida de las gentes, recogiéndose también abundante lino, esparto, cáñamo y demás bienes de consumo.

También poseía Guadalupe copiosos y extensos pastos para ganado estante en las dehesas antes nombradas; ganado riberiego en los márgenes del Guadalupejo y rebaños muy numerosos de ovejas merinas que trashumaban con la Mesta, de la que el Monasterio era uno de sus principales contribuyentes.

Como centro artesanal, el Monasterio era uno de los núcleos productivos más dinámicos del reino; tenía ropería, zapatería, taller de bordados, platería, orfebrería, botica, escriptorium e imprenta, herrería, tejeduría, carnecería, tahona, bodega, molinos, lagares y almazaras que atendían hermanos legos “donados” y legos “de corona”, mientras fueron permitidos este tipo de profesos en el convento.

Además, los jerónimos tenían el Colegio Mayor “Ntra Sra. De Guadalupe” en Salamanca para que sus propios colegiales siguieran estudios en la Universidad, otro “Colegio de San Jerónimo” en Sigüenza y, a partir de 1584, el Colegio de “San Lorenzo” en El Escorial con los mismos propósitos.

En la Puebla se abrió a comienzos del siglo XVI el Colegio de Infantes y otro “Seminario de Expósitos” en el que numerosos niños aprendían Gramática, Canto, Latín, Filosofía y Cánones.